domingo, 24 de mayo de 2009

La receta perfecta

Imagina que estás con un hombre non grato. Quieres que salga de tu vida. ¿Qué hacer? Existe una receta perfecta con los ingredientes ideales para que ese hombre desaparezca de tu vida para siempre.


En primer lugar, trátalo como si fuera el único. Ten ojos sólo para él. Entra en un sitio de gran bullicio y concentra tu mirada en él, sin hablar. No te importe recrearte todo el tiempo necesario, no mires el reloj, no tengas prisa, mantente sosegado.



Cuando estés a solas con él, mantén el silencio y abrázalo con todo tu ímpetu, como si fuera el único hombre que existe en el planeta, como si fuera el ser más querido en ese instante. Bésale con toda la intensidad que te sea posible, que parezca que el tiempo se detiene. Desnúdale poco a poco sin parar de besarle, sin parar de estrujarle. Hazle el amor parándote en cada centímetro de su piel, conociendo cada palmo de su cuerpo, cada parte de su ser. Al terminar, no te levantes de la cama, mantente a su lado y enlaza tu mano con la suya. Acurrúcale a tu lado y duerme estrechado a él.


Al despertar, pregúntale qué desea y prepáralo. Ofrécele un desayuno merecedor de un Rey y tráeselo hasta la cama en bandeja de plata. Aprecia cómo va sintiéndose comprometido con cada uno de tus detalles, cómo se siente inmerecedor de cada gesto.


Al levantarse, haz que se sienta cómodo, ofrécele ropa limpia para que se sienta como si estuviera en su casa y ofrécele una comida en exclusiva preparada por ti. Fíjate cómo observa que todo lo que haces por él te parece poco. Poco a poco se convence de que tu silencio es el resultado de tu deseo de establecer un clima perfecto, sin falta ninguna, sin lugar al error.


Después de comer permítele que descanse, que repose la comida, que piense en todo cuanto le acontece, y por último, insinúale la posibilidad de partir, sin olvidar mencionar que se ponga en contacto contigo pero sin precisar nada.



Te puedo asegurar que ya está fuera, que desaparecerá, que aunque llames a su puerta esa puerta permanecerá cerrada para ti. No te esfuerces en intentar revivir todo lo vivido, es demasiado en comparación con lo que un ser humano puede soportar, con lo un ser egoísta puede recibir de bondad incondicional.


Ahora imagina que ese hombre inicialmente sí era grato. Lo siento por ti, sólo decirte que cuando pienses y aunque cueste: No sufras, no llores. No te merece, no era para ti.

sábado, 11 de abril de 2009

Sombras

Camina tras la calle trasera esquivando el encuentro…


Un puente termina, y con él también un día de fiesta que lo culmina. Son esas fechas que más que descansar y desconectar te sientes perdido, la rutina te reclama, la necesitas y no sabes por qué. Echas de menos aquello que durante semanas y meses tienes ganas de perder, llegas al convencimiento de que en realidad da sentido a tu vida, la organiza, la equilibra.

Sales, no sabes ni la razón ni el motivo, pero sales. Hombres, como siempre, más de lo mismo. Entras directo al mercado y formas parte de él sin saber cómo, y te sientes irremediablemente uno más. Miras, te miran, pero, ¿y qué? No dices nada, ni te dicen nada, en el pleno sentido de la frase. Nadie se para a analizar lo que hay más allá de una cara o un cuerpo, y pocos se fijan en la profundidad de una mirada.

Copas; dos, tres, cuatro,… ¿para qué bebemos? Ya no lo piensas, no sabes si es inercia, si es mimetismo, evitar pensar o pensar más. En realidad su efecto se asemeja al de una parábola, que tiene un ascenso exponencial directamente proporcional a su descenso. Pobre de aquel triste que es preso de sus garras, porque desvanecida su presencia la tristeza parece multiplicarse, si cabe.

Un chico, parece que él va a ser quien salve la rutina nocturna. Pocas veces pensamos en la oreja, sólo cuando nos la comen a lo bestia, ya sea real o figuradamente. La conciencia y el sentido común nos hablan: "no es que sea un bodrio pero, ¿qué estás haciendo?”. El tiempo no ayuda, aparecen besos y abrazos, que en realidad poca significación propia adquieren. Los callejones y las esquinas, grandes aliados de las “alegres”, parecen cumplir su función. Más sin sentidos, y más, acompañado de tonterías, de palabras reminiscentes que no hacen sino desnudar banalmente íntimos secretos, como si se regalaran huevas de esturión a un cerdo.

El saber popular dice que las hormonas equilibran parte de nuestras funciones vitales, sin embargo en esta situación desordena de forma absoluta nuestros comportamientos, o al menos colabora. Los miembros parecen adquirir vida por sí solos.

Para ese momento parece que el gran yo está supeditado a los más ocultos deseos… hasta que aparece él. La ley de Murfi evoca parte de algunos infortunios de la vida cotidiana, si has tenido un ex y dentro de ti sigue estando él, de seguro por la esquina va a aparecer. Y así es....

La parábola comienza su descenso, tus niveles etílicos parecen descender inexplicablemente. Casi el mismo efecto que ser interceptado por tu padre en estado ebrio. La sobriedad parece instaurarse instantáneamente.

Y Camina tras la calle trasera esquivando el encuentro, y tú no sabes qué hacer. No puedes correr tras él, ya te ha rechazado una vez.

Te resignas a ver cómo se pierde paso a paso su silueta, su sombra, lo que fue de ella, lo que fue de mí, lo que fue de nosotros, lo que nunca fue, lo que nunca será.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

El momento más soñado

Hace tiempo que lo pensé, hace tiempo que lo sentí, hace tiempo que lo anhelé, hace tiempo que lo soñé.

Durante los casi veinticinco años que llevo viajando en este planeta he llegado a una conclusión: lo único que asegura la continuidad del viaje son los sueños.

Algunos de los grandes relacionan los sueños con la infancia, y en mi opinión no les falta razón, la infancia es el momento más adecuado para casi todo, hasta para adquirir nuestras peores fobias y frustraciones futuras, pero también soñar. No nos damos cuenta, al principio sólo soñamos con ese regalo de navidad, con esa fiesta de cumpleaños...

Sin darnos cuenta nuestro entorno nos condiciona para que soñemos con lo que queremos ser, y desde entonces ese sueño se convierte en el gran dilema de lo que resta esta etapa, y de la adolecencia.

En esta última estos sueños se tornan algo confusos, a veces contradictorios, pero el caso es que soñamos, y en algunos casos más que nunca. Para algunos es el momento de soñar con lo que van a trabajar, y una vez se encuentran ahí, sueñan con el fin de semana y con la chica con la que se van a estrenar. Otros sueñan con lo que van a estudiar, con su carrera, su porvenir... algunos incluso se atreven a pensar en grande y sueñan con triunfar. El caso es que no perdemos la capacidad de soñar.

Conforme avanzan la década de los veinte parece que es el momento en el que la realidad empieza a apoderarse de nosotros. ¡Vaya! ¡Soy adulto! y eso es una responsabilidad. Ser adulto parece el sueño de cualquier adolescente al pensar en todo aquello que le gustaría hacer y que no puede, pero la realidad es que una vez te encuentras ahí te das cuenta que no todo son ventajas.

Aún así algunos aún insisten, y sueñan con encontrar un trabajo, un trabajo que se amolde a sus expectativas, y, ¿por qué no? también algunos en el siglo XXI sueñan con un coche, una hipotéca, unos churumbeles... ¡en fin! ¡Qué agobio!

El caso es que incluso habiendo conseguido eso, algunos siguen sin encontrar verdadero sabor a la realización de todos estos sueños. ¿inconformismo? No lo sé, pero la realidad es que yo me considero entre esos. Aún no he conseguido una hipoteca, aún no tengo churumbeles, pero con todo lo que mi intrusión en este planeta me ha ido deparando me atrevería a pensar que incluso teniendo todo eso seguiría sintiendo la falta de nuevos sueños. ¡Qué agonia! ¿no?

Pues no, aún con todo, he aprendido a disfrutar de esos sueños, de pensarlos, de desearlos, de imaginarlos, de proyectarlos y en última instancia de verlos hechos realidad. Sueño y realidad, parecen contradictorios, pero en ocasiones encuentran la manera de aunarse el uno con la otra.

Ahora te sueño a ti, allá donde estés, a aquella persona que alguien en lo más alto tiene preparada para mí, alguien con el que creo que caminaré un largo tramo de mi viaje.

No tardes.

sábado, 12 de julio de 2008

Miniatura en Sol mayor

Han pasado más de cinco meses. Sigo aquí, en pie, con algunas cicatrices más, pero sigo vivo. Sin embargo y aunque su recuerdo parece lejano, mi corazón se siente aún cauterizado por los desastres del pasado. Parece como si aún no hubiera admitido su derrota ante su cometido y entendido las razones por las que todo pasa y por lo que debe seguir adelante.

Soy libre, sí, pero hay unos lazos imaginarios que en realidad no dejan de ser ataduras. Hay paz en mí, tranquilidad, al menos eso pienso. Me encuentro feliz con mis amigos, me siento pleno si se puede llamar así, centrad, en mis estudios y mi trabajo; pero aún así, parece como si una parte de mí ansiara liberarse. Es como la vivienda de un pajarillo que se encuentra en semicautividad.

Amor, eso siente mi alma. Pero más bien amor por mí mismo en primer lugar y también amor por aquellos que me rodean, literalmente; es decir, por esas personas que se encuentran tan cerca de uno y que son las columnas que soportan tu vida en los momentos en los que ya no puedes más. Al mismo tiempo, cauto, cauto por lo que me rodea. Parece como si por fin hubiera aprendido la lección, un sentimiento contradictorio, algo que resulta muy feliz, a la vez que tan doloroso. Parece como si las heridas hubieran cicatrizado, sí, pero al mismo tiempo esa cicatriz ha costado mucho su llegada, tan ansiada y tan esperada, que cuando ha llegado se recibe como una bendición, pero al mismo tiempo recuerda todo el largo camino recorrido.

¿Cuándo aparecerá la piel? Eso me pregunto muchas veces. Parece como si no fuera suficiente esta sensación de pseudo plenitud, parece como si siempre fuéramos inconformistas con lo que queremos. Maldito egoísmo humano. A veces me siento así, porque creo que lo pido todo, y todo a la vez, sin entender una parte que supone la verdadera esencia de la felicidad, la espera.

La gente lo llama ciclos, yo prefiero llamarlo proceso, puesto que de esa forma llego a comprender el perfecto plan, uno en el que no es posible correr ni es posible los saltos de etapas. Me agrada y me llena haber llegado a comprenderlo, que todo forma parte de un gran diseño, de un perfecto designio en el que cada cual está destinado a una serie de vivencias que le curten y le hacen convertirse en lo más primordial, en persona; y creo que esa es la mayor aspiración a la que deberían aferrarse todos.

Corazón y alma. ¿Llegarán algún día a encontrar su punto de equilibrio? ¿Llegarán algún día a poder comunicarse en pie de igualdad y cooperar juntos?

No he llegado, pero estoy en camino, y pienso seguir. El mundo no podrá detenerme, porque es un compromiso profundo que he contraído con mí mismo. Es un camino en el que sin arrasar con nada ni nadie, pienso motivar y arrastrar a cualquier persona que se preste a que le tiendan la mano.

Lo he entendido, al fin.

viernes, 26 de octubre de 2007

Sueños y Realidades

Mañana de un jueves veraniego atípico en el que una lluvia torrencial había cubierto de humedad toda la vía de la acera del Darro y la carrera de la Virgen. Quedo en verme con él en el bar más próximo. Mi cigarrillo tomado en plan gorrón hacen el intento de apaciguar esos nervios intrínsecos que se apoderan de mí cada vez que tengo una situación incómoda, previa o próxima. El estómago amenaza cualquier intento de asedio a sus profundidades con la expulsión directa. La sonrisa de mi amigo crea en mí cierta incomodida por no responder con la misma complicidad. El último trozo de tostada desata nuestra marcha.

Los suelos encharcados y la atmósfera cubierta de un suave céfiro veraniego son los únicos protagonistas relevantes hasta llegar. Diez minutos antes de la cita. Ella nos da la bienvenida amablemente, como quien saluda a unos amigos de toda la vida, aunque con un cierto aire que suena a mimetismo frecuente. La puerta, aunque cerrada, caigo al instante en la cuenta que simplemente es una ligera prolongación del mobiliario, que para nada separa una instancia con otra, ya que ella misma empieza a ser frecuentada constantemente por diversos personajes, algunos bastante pintorescos cuanto menos, como si eso fuera casa Pepe.

Una cierta espera prosigue a la clase que comienza cinco minutos más tarde. Él de pie junto al piano, ella sentada con su móvil perfectamente visible y por supuesto no en silencio; y muy cerca también el agua. La voz parece salir con dificultad al principio, es normal son las once y cinco de la mañana, ¿qué se puede esperar? Dos o tres ejercicios en terceras por grados conjuntos levemente diferentes sonoramente con respecto a los anteriores son seguidos de otros en los que se adicionan sonidos hasta la quinta. De todas formas el sonido parece que es lo que menos importante. La relajación da la sensación que es un asunto de precariedad mayor, al igual que la posición de la mandíbula, al igual que la colocación correcta de la lengua, al igual que la relajación del cuello o la de los hombros… ¡Uy! ¡Que esto es una clase canto! Caigo en la cuenta en el momento en el que menciona la importancia del punto de apoyo ¡Casi lo había olvidado!

La clase prosigue con breves intercalaciones más bien de temática extramusical, y por supuesto extravocal. No importa, seguro que es interesante y bastante productivo ahondar en asuntos personales que nos pueden aportar mucho unos… cinco minutos… o diez… o quince… los que sean. No importa, al fin y al cabo el tiempo invertido es remunerado.

De vuelta a la relajación, “Cuidado con el cuello”, “Uy esos hombros”, “Esa mandíbula debe de estar suelta”… pero no importa seguro que mi amigo confía en que todo eso repercutirá dentro de un tiempo en un resultado sonoro espléndido. Me paro a pensar y recuerdo una conversación: ¿Cuánto tiempo llevas dando clases? A lo que él me respondió que unos ocho meses. Yo me quedo dubitativo y absorto en mis propios pensamientos mientras contemplo la clase de relajación muscular, ¡perdón!, de canto.

Qué voz más bonita. Estás progresando mucho. Mucho mejor que la clase anterior. Son esas las palabras que recibe mi amigo, un tenor lírico Spinto con su grado medio de canto a sus cuarenta años de edad.

Sin haber consumado si quiera cuarenta y cinco minutos de reloj, le toca el turno al otro visitante extraño en cuestión. Las típicas palabras de bienvenida tales como; tú quien eres, de dónde vienes, qué has estudiado. Lo normal en cualquier conversación entre dos personas que no se conocen de nada. Vamos, lo primero que se te ocurre preguntarle a un desconocido, sus méritos. A continuación me siento en el compromiso de tener que emitir sonidos por mi garganta que en esos momentos se niega a compartirlos con el exterior. La fuerzo y aunque se resiste emite algo. Para mis adentros caigo en la cuenta de que no estoy en mi mejor momento ni por asomo, ¡qué voy a esperar si me ponen a cantar a pelo después de dos meses sin emitir un sonido! Las vocalizaciones parecen extrañar a la chica, que ahora adopta la misma expresión que yo tan sólo tres minutos antes. Una vez vuelve en sí, sus palabras parecen confirmar mis sospechas. Al parecer la voz que tengo aunque pueda parecer en un principio que impresione, tiene muchos fallos de base. Digo yo que será normal eso, precisamente acabo de decirle que llevo nada más que un año cantando. Pero esas palabras no parecen surtir el más mínimo efecto en esta mujer que insiste en repetir que la voz está en bruto; mucha potencia, mucha sonoridad, pero falta de apoyo, falta de relajación en los labios, en la mandíbula por supuesto y encima cierta nasalidad. La conclusión de todo es que ella está ahí para lo que necesite, por supuesto. Ella puede ayudarme y está para lo que sea.

Una vez dejo de ser el centro de la atención la escena cambia, y yo sigo absorto bajo las profundidades de mis perplejos ojos cuando de pronto mi amigo saca su billete para pagar esos “cuarenta y cinco minutos de clase”, mientras él le pregunta que cuándo podrá ser la próxima vez. Ella por supuesto como cualquier profesional de su talla ocupadísima le dice varias fechas, pero luego rectifica haciéndose la digna y le dice que ya le llamará porque tiene muchos compromisos.

El aire y la brisa que soplan ahora a la luz de un fuerte sol de justicia veraniego al máximo son ahora en cambio nuestro nuevo escenario de fondo… junto a una máquina excavadora realizando sonidos no periódicos en cadena acompañados de un corro de vecinas que se chillan unas otras para ir corriendo a la pescadería a ver si aún rescatan algo fresco para el almuerzo. Él me mira y lee en mi rostro cierta muestra de decepción.

Como en las novelas de tono caballeresco en las que un cristiano adquiere el tono más suave e igualitario con un árabe, intento explicarle una parte de mi pesar. Él intenta convencerme de que la preparación profesional que está recibiendo es para ser artista. A mí no me queda otra opción que reconocer parte de mis limitaciones y simplemente compartirle que quizás yo me conforme con “hacer música”, que quizás no aspire a tanto. Él parece decepcionado no sólo con mi falta de aspiración, sino además con mi apreciación acerca de la insistencia de la clase en las cuestiones puramente técnicas, dejando a un lado quizás lo más importante que tiene la música… el sonido.

La escena vuelve a cambiar, ahora soy yo. Los sonidos que hay a mi alrededor parecen ir y venir pero sin traspasar si quiera el tímpano. Parece como si en ese instante de cierto sin sabor sólo estuviera yo, el sonido del viento, y mis sonidos interiores conmigo hablando a mi corazón. ¿Estaré loco? En el fondo creo que no, y prefiero pensarlo así, porque aunque dentro de mis adentros mis sueños sobrepasen toda la razón humana, mi mente es fría y calculadora y no entiende de castillos flotantes. Mi alma le gusta la tierra. Esa parte capricornio que es calculadora y que aunque a veces me limita, también me hace consciente de donde me encuentro y hacia donde me dirijo; y sobretodo hace que ella se sienta más segura al asimilar las decepciones. Pero para complementarla está mi segunda naturaleza, el aire, el acuario, ese espíritu libre que vuelva sin ningún tipo de reticencia, que hace que los sueños hablen a mi corazón y lo llene con su calor y me haga saltar alto, más alto que cualquier atleta, más alto que nunca… y me impulsa a seguir adelante, a hacer música, a saber que nada ni nadie puede detenerme, porque esa parte es la parte más íntima, la parte de los deseos ocultos, los más profundos, los más inocentes, los más naturales…

Son aquellos sueños a los que me agarro para pensar en grande, y para saber que todos mis esfuerzos algún día serán recompensados, si mantengo la templanza, la paciencia y la perseverancia en aquello que sólo yo y nadie más que yo he soñado en conseguir algún día.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Ser uno Mismo

En esas noches de insomnio en las que las ovejas no bastan para poder alcanzar el séptimo cielo y conciliar el descanso, me pregunto por qué siempre que voy en el autobús en una silla incómoda me quedo frito. Y en ese momento en el que ansiosamente necesito que mi espíritu se libere y viaje libremente hasta los confines, como pensaría cualquier chino, recuerdo esos largos viajes en los que al son del sonido del motor del camión, a la diestra de mi Señor Padre con tan sólo dos años podía conciliar el sueño como un bendito.

Son esos momentos de suprema inocencia en los que no conoces la vergüenza, y no te importa pararte a hablar con las personas que se sientan en los portales a ver el atardecer y comentar lo que ha sido ese día. Sacas del camión las camisas, las faldas, los blusones; y los enseñas con más arte que el mejor de los comerciantes, con una sonrisa de oreja a oreja. Y lo curioso es que nada más por la mera situación de que un miko de 3 años, con toda la naturalidad del mundo, sea capaz de comportarse de forma tan sumamente abierta y expresiva, haces que caigas en gracia.

Con el tiempo llegas a la guardería, al colegio y más tarde al instituto. Allí te enseñan esos “usos sociales” y ese código social interno que en parte te restringe a comportarte de forma natural, a preguntar compulsivamente el porqué de las cosas, y tristemente a perder la capacidad de decir en cada momento lo que piensas sin maldad alguna. Evidentemente la sociedad por sí sola se encarga de castigar esa desfachatez de aquel que se atreve a ir en contra de este código deontológico, y llega un momento en el que te sientes aislado, compungido, te sientes diferente.

Lo gracioso es que paradójicamente escuchas al mismo tiempo que aquellas personas que han triunfado en la vida han sido, eso precisamente, diferentes. Tu mente en aquellas décadas de la vida no da para tanto, y lo único que te permite procesar es que “eres raro”, que “no tienes amigos” y que te gustaría tener la misma aceptación que tienen el resto de tus amigos, aún sacrificando eso que parece ser tan valioso para triunfar en la vida, ser diferente.

Nunca llegas a ponerle nombre y apellido a estas sensaciones tan complejas, hasta que llega alguien, que habitualmente te conoce bastante bien y que podría ser tu tía Clota, y te dice: ¿Tú sabes quién eres? Esa pregunta que por un intervalo de tiempo te parece tan evidente de contestar, poco a poco se torna más compleja de responder. A veces te frustras, porque por un momento llegas a dilucidar el alcance tan alto que tiene esa pregunta y la respuesta tan imposible que tiene para ti en ese instante. ¿Quién soy yo?

Una noche por fin llegas a plantarle cara a la situación y te colocas delante de tu mesa con un folio y escribes la gran incógnita. Te quedas pensando largos minutos que te resultan una eternidad… pero por fin parece que empiezan a brotar palabras. No te termina de convencer lo que lees, pero es un comienzo. Empiezas a saber quién eres.

En otra de esas tardes de café con tu tía Clota en las que tienes una intensa charla existencialista te hace la segunda pregunta… pongámonos a temblar, porque si la primera era difícil de responder veremos a ver cómo será la segunda. Finalmente te pregunta: ¿Qué es lo que quieres? Al principio te causa risa la pregunta, porque la primera respuesta que tu mente es capaz de procesar es “un azucarillo por favor”. En el transcurso de la charla llegas a pensar que esta pregunta a priori no tiene tanta dificultad como la primera, aunque de por sí también resulta confusa.

Reflexionas y meditas, y tu cabeza en un principio se va hacia lo más inmediato. “Quiero ser médico, o ingeniero, o maestro…” las opciones son múltiples, y aunque no vamos a quitar mérito al hecho que involucra llegar a colmar todos esos proyectos que al principio no son sino meros sueños, realmente a posteriori te das cuenta que eso al lado de lo que verdaderamente está planteándote a gritos la pregunta, no es sino la punta de un grandísimo iceberg. ¿Qué quiero yo para mi vida? ¡Madre mía! Pero si ya me cuesta decidir de lo que quiero vivir, ¿cómo voy a decidir lo que quiero para mi vida?

Realmente si llegamos a este grado de conocimiento podemos considerarnos como diría Ortega y Gasset por encima de la masa, por encima de aquellos que simplemente se conforman con copiar lo que ven a su alrededor, sin pararse a ver por encima de sus narices y darse cuenta que hay otra vida. Si conseguimos traspasar ese límite se nos abre un mundo bastante confuso, lleno de incertidumbres, de dudas y hasta de temores. A veces pensamos que la solución es la carrera o el oficio… no, pero esa no puede ser, porque esa es la primera respuesta en la que estuvimos pensando, con lo cual la solución debe ser algo más compleja. Más tarde se nos ocurre la feliz idea de creer que una persona va a dar sentido a esa respuesta que ansiamos para esta incógnita tan grande. Nos llevamos el palo de nuestra vida, y una vez que nos levantamos con algunas heridas de guerra más en nuestros lomos, llegamos a la conclusión de que quizás la respuesta no esté ni en el oficio ni en las personas, sino más bien dentro de nosotros. Claro que, esto supone un problema, porque aún no tenemos definida la primera incógnita, y sin tenerla clara, ¿cómo vamos a buscar en nosotros mismos? El asunto se complica bastante…

En otra de nuestras tantas visitas a la casa de la tía Clota empezamos a temblar. Sabemos que viene un momento crucial, aún no hemos conseguido terminar de solucionar ninguno de los dos enigmas anteriores y viene algo seguramente más gordo encima. Esperamos ansiosos a ver por donde nos sale ahora nuestra querida tía Clota, y por fin nos pregunta. ¿Sabes ya cómo conseguirlo? Al principio nos quedamos con una boca que nos llega hasta el suelo pensando en qué se refiere. Pero en el fondo lo sabemos, sabemos que nos pregunta por lo que queremos, por lo que anhelamos… y en ese momento es con total seguridad, el instante en el que llegamos a comprender que sabemos la respuesta, que sabemos lo que queremos, aunque no sepamos ponerle nombre y apellido, como si tuviéramos una regresión a la etapa preoperacional. Finalmente respondemos: Aún no lo sé. Y ella a su vez nos responde: En el momento que una persona sabe quién es, lo que quiere y cómo conseguirlo, no hay quien pueda detenerla.

Son esos momentos en los que ya sopesas fríamente y vuelves a plantearte algo por lo que años atrás se te castigó y se te aisló. ¿Realmente merece la pena ser diferente? Yo Verónica, pienso que sí, porque es lo único que puede hacer viva y dicha nuestra existencia, y sobretodo lo único que puede hacer que nos encontremos con nosotros mismos y que sepamos lo que queremos para nuestra vida, que es tan corta como el florecimiento y senectud de una amapola. Y en esto radica el único secreto que tiene la felicidad, en nosotros mismos.

Con mucho Amor.

martes, 9 de octubre de 2007

“Lo Guay” y “El precio Justo”


Con las ganas de un niño que estrena mochila y bocadillo de media barra llegas a tus clases. Emoción concentrada por momentos, nervios en el estómago como aquel que se encuentra enamorado y siente que vuelve a ver al amor de su vida después de un letargo que aunque puedan ser segundos se sienten a la vez como años de espera, y años que de la misma forma se transforman en segundos de intensa alegría.

Todo el escenario se encuentra preparado: los nuevos compañeros, los profesores, las mejores asignaturas (elegidas como quien escoge el mejor caviar y el mejor jamón de Jabugo)… pero algo falla en este plan, a priori, tan perfecto.

Vuelves a notar que las miradas se centran en ti, “El nuevo”. Eso en principio te motiva, te impulsa a acercarte a la gente, presentarte, interesarte por la gente con la misma inocencia de un niño que sopla su tarta de cumpleaños mientras todos miran expectantes… pero algo falla en este plan, a priori, tan perfecto.

¡Las asignaturas inmejorables! Los profesores la verdad es que brillan como cualquier cosa menos como profesores propiamente dicho. No importa, te diviertes con tus compañeros, vas a la cafetería, te ríes, miras con cierto desdén esos exámenes de Febrero que parecen tan lejanos… pero algo falla en este plan, a priori, tan perfecto.

Nos vamos a Almorzar. La comida no es que sea de Reyes, aunque tampoco se puede esperar mucho de un Menú bastante cutre, en el pleno sentido de la palabra, por tres euros. El arroz parece insípido al máximo, partes duras y quemadas que afloran alternadas con otras absolutamente pasadas. Pero no importa, son asuntos triviales que no hacen sino causarte gracia y rememorar viejos tiempos cuando ibas al comedor infantil y contemplabas como la cuchara de palo se quedaba incrustada en la masa compacta de lo que debían ser unas lentejas…pero algo falla en este plan, a priori, tan perfecto.

Y es que empiezan los primeros comentarios. Al principio prefieres pensar que no son sino simples apreciaciones que los humanos a veces tenemos para expresar nuestras opiniones y nuestro nivel de agrado con nuestros semejantes (qué bonito suena así). Pero la realidad es que detrás de esas palabras que escritas y habladas pueden sanar tan sumamente honorables se esconde la más cruda manifestación de crueldad humana que se puede dar en las personas, cada vez menos humanas por cierto. Y ahora sí que el plan ya no parece tan perfecto.

No mucho más tarde te das cuenta de que ya no eres coparticipe en esos ruedos de “caza de brujas”, precisamente porque tú eres ahora la bruja. Son esos momentos en los que la neura se apodera de ti y te da por mandar a tus neuronas que se ejerciten dando vueltas en S alrededor de tu cabeza, imaginando qué narices tendrás tú para caer en desgracia para con tus semejantes inmediatos de clase. El plan ya deja de parecer perfecto para convertirse en algo indefinible en el lenguaje culto.

Con el tiempo recapacitas, dejas que tus neuronas hagan piruetas sobre tu cabeza y con la ayuda de gente tan maravillosa y fabulosa, que es aquella que siempre está ahí, llegas a la conclusión de que en realidad esas personas que de forma gratuita y que sin ningún estímulo externo aparente se dedican a colocar la etiqueta de su valor a las personas como el que precinta los artículos en el supermercado, no sólo no te merecen la intensa gimnasia de tus pobres neuronas, sino que además vives mucho mejor sin estar rodeado de su constante estrés de sed de crítica y sobretodo de vacío interior que no hay por donde llenarlo, porque es un saco sin fondo que no hay forma de colmarlo. Es en esos momentos cuando caes en la cuenta de que esos “fantásticos” que tú mismo terminas bautizando como “Los guays” se pueden quedar en su sitio con su mierda, porque tú no la necesitas para vivir. Y es precisamente en esos momentos cuando llegas a la conclusión de que el plan puede ser perfecto, siempre y cuando parta de ti y vaya hacia ti y las personas que realmente no necesitan de los comentarios insidiosos del resto para sobrevivir.

Gracias Vero