viernes, 26 de octubre de 2007

Sueños y Realidades

Mañana de un jueves veraniego atípico en el que una lluvia torrencial había cubierto de humedad toda la vía de la acera del Darro y la carrera de la Virgen. Quedo en verme con él en el bar más próximo. Mi cigarrillo tomado en plan gorrón hacen el intento de apaciguar esos nervios intrínsecos que se apoderan de mí cada vez que tengo una situación incómoda, previa o próxima. El estómago amenaza cualquier intento de asedio a sus profundidades con la expulsión directa. La sonrisa de mi amigo crea en mí cierta incomodida por no responder con la misma complicidad. El último trozo de tostada desata nuestra marcha.

Los suelos encharcados y la atmósfera cubierta de un suave céfiro veraniego son los únicos protagonistas relevantes hasta llegar. Diez minutos antes de la cita. Ella nos da la bienvenida amablemente, como quien saluda a unos amigos de toda la vida, aunque con un cierto aire que suena a mimetismo frecuente. La puerta, aunque cerrada, caigo al instante en la cuenta que simplemente es una ligera prolongación del mobiliario, que para nada separa una instancia con otra, ya que ella misma empieza a ser frecuentada constantemente por diversos personajes, algunos bastante pintorescos cuanto menos, como si eso fuera casa Pepe.

Una cierta espera prosigue a la clase que comienza cinco minutos más tarde. Él de pie junto al piano, ella sentada con su móvil perfectamente visible y por supuesto no en silencio; y muy cerca también el agua. La voz parece salir con dificultad al principio, es normal son las once y cinco de la mañana, ¿qué se puede esperar? Dos o tres ejercicios en terceras por grados conjuntos levemente diferentes sonoramente con respecto a los anteriores son seguidos de otros en los que se adicionan sonidos hasta la quinta. De todas formas el sonido parece que es lo que menos importante. La relajación da la sensación que es un asunto de precariedad mayor, al igual que la posición de la mandíbula, al igual que la colocación correcta de la lengua, al igual que la relajación del cuello o la de los hombros… ¡Uy! ¡Que esto es una clase canto! Caigo en la cuenta en el momento en el que menciona la importancia del punto de apoyo ¡Casi lo había olvidado!

La clase prosigue con breves intercalaciones más bien de temática extramusical, y por supuesto extravocal. No importa, seguro que es interesante y bastante productivo ahondar en asuntos personales que nos pueden aportar mucho unos… cinco minutos… o diez… o quince… los que sean. No importa, al fin y al cabo el tiempo invertido es remunerado.

De vuelta a la relajación, “Cuidado con el cuello”, “Uy esos hombros”, “Esa mandíbula debe de estar suelta”… pero no importa seguro que mi amigo confía en que todo eso repercutirá dentro de un tiempo en un resultado sonoro espléndido. Me paro a pensar y recuerdo una conversación: ¿Cuánto tiempo llevas dando clases? A lo que él me respondió que unos ocho meses. Yo me quedo dubitativo y absorto en mis propios pensamientos mientras contemplo la clase de relajación muscular, ¡perdón!, de canto.

Qué voz más bonita. Estás progresando mucho. Mucho mejor que la clase anterior. Son esas las palabras que recibe mi amigo, un tenor lírico Spinto con su grado medio de canto a sus cuarenta años de edad.

Sin haber consumado si quiera cuarenta y cinco minutos de reloj, le toca el turno al otro visitante extraño en cuestión. Las típicas palabras de bienvenida tales como; tú quien eres, de dónde vienes, qué has estudiado. Lo normal en cualquier conversación entre dos personas que no se conocen de nada. Vamos, lo primero que se te ocurre preguntarle a un desconocido, sus méritos. A continuación me siento en el compromiso de tener que emitir sonidos por mi garganta que en esos momentos se niega a compartirlos con el exterior. La fuerzo y aunque se resiste emite algo. Para mis adentros caigo en la cuenta de que no estoy en mi mejor momento ni por asomo, ¡qué voy a esperar si me ponen a cantar a pelo después de dos meses sin emitir un sonido! Las vocalizaciones parecen extrañar a la chica, que ahora adopta la misma expresión que yo tan sólo tres minutos antes. Una vez vuelve en sí, sus palabras parecen confirmar mis sospechas. Al parecer la voz que tengo aunque pueda parecer en un principio que impresione, tiene muchos fallos de base. Digo yo que será normal eso, precisamente acabo de decirle que llevo nada más que un año cantando. Pero esas palabras no parecen surtir el más mínimo efecto en esta mujer que insiste en repetir que la voz está en bruto; mucha potencia, mucha sonoridad, pero falta de apoyo, falta de relajación en los labios, en la mandíbula por supuesto y encima cierta nasalidad. La conclusión de todo es que ella está ahí para lo que necesite, por supuesto. Ella puede ayudarme y está para lo que sea.

Una vez dejo de ser el centro de la atención la escena cambia, y yo sigo absorto bajo las profundidades de mis perplejos ojos cuando de pronto mi amigo saca su billete para pagar esos “cuarenta y cinco minutos de clase”, mientras él le pregunta que cuándo podrá ser la próxima vez. Ella por supuesto como cualquier profesional de su talla ocupadísima le dice varias fechas, pero luego rectifica haciéndose la digna y le dice que ya le llamará porque tiene muchos compromisos.

El aire y la brisa que soplan ahora a la luz de un fuerte sol de justicia veraniego al máximo son ahora en cambio nuestro nuevo escenario de fondo… junto a una máquina excavadora realizando sonidos no periódicos en cadena acompañados de un corro de vecinas que se chillan unas otras para ir corriendo a la pescadería a ver si aún rescatan algo fresco para el almuerzo. Él me mira y lee en mi rostro cierta muestra de decepción.

Como en las novelas de tono caballeresco en las que un cristiano adquiere el tono más suave e igualitario con un árabe, intento explicarle una parte de mi pesar. Él intenta convencerme de que la preparación profesional que está recibiendo es para ser artista. A mí no me queda otra opción que reconocer parte de mis limitaciones y simplemente compartirle que quizás yo me conforme con “hacer música”, que quizás no aspire a tanto. Él parece decepcionado no sólo con mi falta de aspiración, sino además con mi apreciación acerca de la insistencia de la clase en las cuestiones puramente técnicas, dejando a un lado quizás lo más importante que tiene la música… el sonido.

La escena vuelve a cambiar, ahora soy yo. Los sonidos que hay a mi alrededor parecen ir y venir pero sin traspasar si quiera el tímpano. Parece como si en ese instante de cierto sin sabor sólo estuviera yo, el sonido del viento, y mis sonidos interiores conmigo hablando a mi corazón. ¿Estaré loco? En el fondo creo que no, y prefiero pensarlo así, porque aunque dentro de mis adentros mis sueños sobrepasen toda la razón humana, mi mente es fría y calculadora y no entiende de castillos flotantes. Mi alma le gusta la tierra. Esa parte capricornio que es calculadora y que aunque a veces me limita, también me hace consciente de donde me encuentro y hacia donde me dirijo; y sobretodo hace que ella se sienta más segura al asimilar las decepciones. Pero para complementarla está mi segunda naturaleza, el aire, el acuario, ese espíritu libre que vuelva sin ningún tipo de reticencia, que hace que los sueños hablen a mi corazón y lo llene con su calor y me haga saltar alto, más alto que cualquier atleta, más alto que nunca… y me impulsa a seguir adelante, a hacer música, a saber que nada ni nadie puede detenerme, porque esa parte es la parte más íntima, la parte de los deseos ocultos, los más profundos, los más inocentes, los más naturales…

Son aquellos sueños a los que me agarro para pensar en grande, y para saber que todos mis esfuerzos algún día serán recompensados, si mantengo la templanza, la paciencia y la perseverancia en aquello que sólo yo y nadie más que yo he soñado en conseguir algún día.